Esta es una primera entrada sobre varias huellas de elefanta que tuvieron lugar en Bangladesh.
Era el 2018 y yo estaba en mi primera misión como supervisora de actividades de salud mental. Estábamos en el segundo campo de refugiados más grande del mundo en ese momento, después del de Dadaab, en Kenia.
Una de mis actividades era trabajar en equipo para atender a personas que habían descontinuado sus tratamientos médicos a causa del desplazamiento y la pobreza. Una de estas personas fue una mujer de 28 años de edad, que tenía el cabello muy largo, era muy activa y tenía un amor gigante por el canto y la danza. Me alegra mucho el recuerdo de verla bailar mientras esperaba en la sala de espera a que le termináramos de atender. Ella llegó a la clínica construida a base de bambú en donde estábamos, la cual le quedaba a muchos kilómetros de caminar bajo el sol.
Uno de nuestros compañeros la reconoció y nos explicó un poco de su historia diciéndonos que antes ya había ido con algún acompañante y que parecía haber un diagnóstico de esquizofrenia, pero que no habían obtenido mucha información, solo que ella solía interrumpir el tratamiento frecuentemente. Con ayuda de la traductora, mi amiga Sara (que es médica) y yo, la atendimos. Sara y yo pensamos que era probable que ella hubiera interrumpido su tratamiento para esquizofrenia a falta de medicamentos y venía por esta razón. Ella no podía darnos información sobre alguna persona de confianza, ni de algún punto de referencia para poder ubicarla y darle seguimiento. Se mostraba muy atenta a nuestra plática, sonreía y era muy gentil. Sara y yo disfrutamos mucho esa charla.
Sara era la médica a cargo de la clínica. Ella tuvo que despedirse después de prepararnos el plan de tratamiento y así poder apoyar a su equipo que estaba atendiendo a más personas. Yo me quedé a cargo de explicarle cómo tomarse el medicamento y los efectos secundarios. Cuando estaba tratando de atraer su atención, ella empezaba a bailar y a cantar. Yo elogié su baile y la traductora y yo notamos que ella empezaba a repetir las indicaciones que le habíamos dado mientras bailaba.
En eso estábamos, cuando interrumpió el momento una enfermera noruega que también trabajaba en esa clínica. Ella me dijo que llevaba un rato observándome hablar con esa paciente y que se veía que estaba batallando mucho para hacerme entender. Recuerdo sus palabras exactas: “Es difícil que te obedezca porque no pareces extranjera, no eres tan extranjera como yo. La gente aquí solo obedece cuando les habla alguien rubio y con piel blanca como yo. Si quieres yo te ayudo a decirle cómo se debe tomar la medicina y verás que de inmediato me obedecerá.” Yo me quedé atónita.
Tomé aire y le respondí que aquella mujer y yo nos estábamos entendiendo bien y que si en algún momento necesitaba a alguien de piel blanca para darnos órdenes, se lo haría saber. A ella no le gustó mi respuesta y se fue.
La traductora y yo terminamos de repetir la dosis en voz alta junto con la usuaria que danzaba con alegría. Ella se fue a casa con sus medicamentos bailando y cantando la dosis, y yo fui a reunirme con mi equipo que se encontraba en otra parte de la clínica trabajando. Después, esta usuaria regresó a la clínica cuando sus medicamentos se le habían acabado, acompañada de una familiar quien nos explicó que ella sabía cómo tomar sus medicinas y se sentía muy bien. A partir de ahí, empezamos un acompañamiento de apoyo psicológico.
A la fecha, estoy muy contenta y agradecida con estas relaciones que surgieron entre las mujeres que nos abrimos a lo desconocido en Hakimpara, cada una desde el universo que es y que habita.
Deseo cerrar esta huella de elefanta deseando que todas las mujeres podamos abrirnos a la diferencia y diversidad de otras mujeres habitantes de esta tierra.
Esta es una primera entrada sobre varias huellas de elefanta que tuvieron lugar en Bangladesh.
Era el 2018 y yo estaba en mi primera misión como supervisora de actividades de salud mental. Estábamos en el segundo campo de refugiados más grande del mundo en ese momento, después del de Dadaab, en Kenia.
Una de mis actividades era trabajar en equipo para atender a personas que habían descontinuado sus tratamientos médicos a causa del desplazamiento y la pobreza. Una de estas personas fue una mujer de 28 años de edad, que tenía el cabello muy largo, era muy activa y tenía un amor gigante por el canto y la danza. Me alegra mucho el recuerdo de verla bailar mientras esperaba en la sala de espera a que le termináramos de atender. Ella llegó a la clínica construida a base de bambú en donde estábamos, la cual le quedaba a muchos kilómetros de caminar bajo el sol.
Uno de nuestros compañeros la reconoció y nos explicó un poco de su historia diciéndonos que antes ya había ido con algún acompañante y que parecía haber un diagnóstico de esquizofrenia, pero que no habían obtenido mucha información, solo que ella solía interrumpir el tratamiento frecuentemente. Con ayuda de la traductora, mi amiga Sara (que es médica) y yo, la atendimos. Sara y yo pensamos que era probable que ella hubiera interrumpido su tratamiento para esquizofrenia a falta de medicamentos y venía por esta razón. Ella no podía darnos información sobre alguna persona de confianza, ni de algún punto de referencia para poder ubicarla y darle seguimiento. Se mostraba muy atenta a nuestra plática, sonreía y era muy gentil. Sara y yo disfrutamos mucho esa charla.
Sara era la médica a cargo de la clínica. Ella tuvo que despedirse después de prepararnos el plan de tratamiento y así poder apoyar a su equipo que estaba atendiendo a más personas. Yo me quedé a cargo de explicarle cómo tomarse el medicamento y los efectos secundarios. Cuando estaba tratando de atraer su atención, ella empezaba a bailar y a cantar. Yo elogié su baile y la traductora y yo notamos que ella empezaba a repetir las indicaciones que le habíamos dado mientras bailaba.
En eso estábamos, cuando interrumpió el momento una enfermera noruega que también trabajaba en esa clínica. Ella me dijo que llevaba un rato observándome hablar con esa paciente y que se veía que estaba batallando mucho para hacerme entender. Recuerdo sus palabras exactas: “Es difícil que te obedezca porque no pareces extranjera, no eres tan extranjera como yo. La gente aquí solo obedece cuando les habla alguien rubio y con piel blanca como yo. Si quieres yo te ayudo a decirle cómo se debe tomar la medicina y verás que de inmediato me obedecerá.” Yo me quedé atónita.
Tomé aire y le respondí que aquella mujer y yo nos estábamos entendiendo bien y que si en algún momento necesitaba a alguien de piel blanca para darnos órdenes, se lo haría saber. A ella no le gustó mi respuesta y se fue.
La traductora y yo terminamos de repetir la dosis en voz alta junto con la usuaria que danzaba con alegría. Ella se fue a casa con sus medicamentos bailando y cantando la dosis, y yo fui a reunirme con mi equipo que se encontraba en otra parte de la clínica trabajando. Después, esta usuaria regresó a la clínica cuando sus medicamentos se le habían acabado, acompañada de una familiar quien nos explicó que ella sabía cómo tomar sus medicinas y se sentía muy bien. A partir de ahí, empezamos un acompañamiento de apoyo psicológico.
A la fecha, estoy muy contenta y agradecida con estas relaciones que surgieron entre las mujeres que nos abrimos a lo desconocido en Hakimpara, cada una desde el universo que es y que habita.
Deseo cerrar esta huella de elefanta deseando que todas las mujeres podamos abrirnos a la diferencia y diversidad de otras mujeres habitantes de esta tierra.
Que hermoso!! Me encanta leerte pues me imagino con detalle todo lo que cuentas y siento que estoy ahí mismo. Siempre lo diré, que trabajó tan bonito y emocionante el acompañar a otras alrededor del mundo, estoy segura que esa mujer regresó porque ustedes también fueron su medicina.
Querida Adri,
Se me enchina la piel al leer tu mensaje. Hoy, iniciando una nueva misión en el país de donde es originaria esa mujer que regresó, me llena el corazón este reconocimiento que me expresas: podemos ser la medicina para otras mujeres. Se lo transmitiré a las mujeres del equipo del que formo parte ahora. Un abrazo desde Myanmar.
Muy bonita y interesante historia, Angelica! He regresado a Hakimpara con ese cuento.
Mi maravillosa Kris, juntitas regresando al origen y a ser mujeres! te adoro!