De oraciones, rezos y gratitudes.
SUDAN DEL SUR, FILIPINAS, MYANMAR y otros lugares

Ahora he decidido escribir sobre las mujeres que me han hecho parte de su vida

espiritual, con una presencia plena y amorosa. Despuecito vendrán más huellas sobre
Bangladesh.
¡Qué bendición tan revitalizadora cuando las mujeres abren las puertas de su mundo
espiritual a otras!
Teniendo presente que el patriarcado ha hecho de las suyas entrometiéndose y
dictando como es que las mujeres debemos vivir nuestra espiritualidad (imponiéndonos
creencias, obligaciones, roles y limitaciones), nosotras siempre hemos tenido conexiones que permanecen intactas. Estas conexiones son las que tenemos con nuestras ancestras, con nuestras mujeres, con nuestra tierra y con la vida.

Las mujerestambién tenemos espíritus y nuestra espiritualidad la vivimos nosotras. Es desde este punto de partida que escribo sobre las huellas de elefanta de las que leerán a
continuación.

No logro recordar cuándo fue la primera vez que estuve frente a una mujer que rezó
mientras yo guiaba alguna actividad de apoyo psicosocial. Sin embargo, sí que me
acuerdo de cómo me sentía las primeras veces cuando eso sucedía. Y ahora noto
cómo esto ha cambiado.
En Sudán del Sur, cada que empezábamos una reunión de trabajo, mujeres y hombres
iniciaban con una oración. Cerraban los ojos, y se enfocaban de lleno en la oración. Yo
me sentía confundida. Una exigencia interna que tenía que ver con mantener la
neutralidad ante todo momento, me confrontaba.
El principio humanitario de la neutralidad, busca que la ayuda humanitaria llegue a
todos los que la necesitan, sin importar raza, etnia, religión, o cualquier otra
característica. Este principio no está mal, porque si a necesidades vamos, las niñas, los
niños y las mujeres son las que más necesidades tienen en los lugares donde yo he
trabajado, porque el sistema está en contra de las mujeres.

Lo complicado está en que la neutralidad puede ser fácilmente cuestionada con ciertas
acciones. Por ejemplo: cuando una entrega de insumos médicos beneficia solo a una
estructura de salud que proporciona cuidados sanitarios a una comunidad, y no a otra.
De la misma manera, para evitar malinterpretaciones no favorecemos ninguna
expresión religiosa, dentro del marco de las actividades humanitarias que realizamos.
Incluso, cuando trabajaba en México a inicios de mi caminar humanitario, algunos
supervisores me llegaron a decir que no hablara sobre mis creencias espirituales o
sobre mi religión con los beneficiarios, y que incluso les dijera que no podía responder.
Sin embargo, yo veía como estas mujeres de Sudán del Sur, particularmente ellas,
vivían esos momentos de oración con una presencia plena. Si esto les hacía sentir
bien, ¿por qué querer interferir con ello? Si la razón de ser de mi trabajo era aliviar el
sufrimiento, y nadie se veía dañado con estas prácticas, ¿por qué me incomodaba?

Lo hablé con mi supervisora, una enfermera belga que recuerdo con cariño, quien me
dijo: “Yo me cuestioné lo mismo cuando llegué aquí, pero luego dije, mientras
recordemos que estamos aquí para ayudar a todos por igual, sin distinción de etnia o
religión, que recen. Solo no formes parte activa de esos rezos, en caso de que haya
personas de otras religiones que puedan observarte y procura reforzar el mensaje de
que ayudamos a todos por igual.”
Así transcurrí el resto de mi misión en Sudán del Sur y mantuve la misma actitud en
Filipinas: Sin cerrar los ojos, yo presenciaba cuando ellas rezaban, prestando atención
a lo que sucedía entorno al rezo. Me gustaba mucho ver que generaban para ellas
mismas un estado de relajación y disposición a lo que sea que fuéramos a realizar (ya
fuera una sesión de grupo, una reunión de trabajo, una sesión de apoyo individual…).
Incluso, mis compañeras de equipo, de las cuales yo era supervisora, se sentían más
cómodas para iniciar nuestro trabajo al presenciar estas oraciones, principalmente las
que eran afines a la misma religión.
Mi última experiencia ha sido en Myanmar, en donde una mujer de presencia amorosa
y cálida, pidió un momento para orar antes de iniciar su sesión de seguimiento
psicológico. Esta vez, algo en mí se sintió distinto. Le sonreí y le dije con mucha
seguridad: “Por supuesto”. La sesión fluyó como agua, y ella logró un avance
fundamental. Mi compañera de equipo, quien ha apoyado a esta mujer en sesiones
anteriores, me dijo, “pasaron muchas cosas en esta sesión que no puedo explicar, y
estoy impresionada por que ella se va tranquila”. Las tres nos sentimos tranquilas y
confiadas sobre los procesos de recuperación que ella estaba transitando.

Reviviendo estas experiencias es que me doy cuenta que hay formas muy diferentes
de presenciar los momentos de espiritualidad entre mujeres. La magia sucede sí o sí,
pero se potencia cuando se reconoce con el amor de otras, es decir, cuando otras
admiramos esa magia con cariño y respeto.
Que todas las mujeres podamos corresponder a la invitación que nos hacen otras
mujeres para compartir las formas en que vivimos nuestras espiritualidades.

 

De oraciones, rezos y gratitudes.
SUDAN DEL SUR, FILIPINAS, MYANMAR y otros lugares

Ahora he decidido escribir sobre las mujeres que me han hecho parte de su vida

espiritual, con una presencia plena y amorosa. Despuecito vendrán más huellas sobre
Bangladesh.
¡Qué bendición tan revitalizadora cuando las mujeres abren las puertas de su mundo
espiritual a otras!
Teniendo presente que el patriarcado ha hecho de las suyas entrometiéndose y
dictando como es que las mujeres debemos vivir nuestra espiritualidad (imponiéndonos
creencias, obligaciones, roles y limitaciones), nosotras siempre hemos tenido conexiones que permanecen intactas. Estas conexiones son las que tenemos con nuestras ancestras, con nuestras mujeres, con nuestra tierra y con la vida.

Las mujerestambién tenemos espíritus y nuestra espiritualidad la vivimos nosotras. Es desde este punto de partida que escribo sobre las huellas de elefanta de las que leerán a
continuación.

No logro recordar cuándo fue la primera vez que estuve frente a una mujer que rezó
mientras yo guiaba alguna actividad de apoyo psicosocial. Sin embargo, sí que me
acuerdo de cómo me sentía las primeras veces cuando eso sucedía. Y ahora noto
cómo esto ha cambiado.
En Sudán del Sur, cada que empezábamos una reunión de trabajo, mujeres y hombres
iniciaban con una oración. Cerraban los ojos, y se enfocaban de lleno en la oración. Yo
me sentía confundida. Una exigencia interna que tenía que ver con mantener la
neutralidad ante todo momento, me confrontaba.
El principio humanitario de la neutralidad, busca que la ayuda humanitaria llegue a
todos los que la necesitan, sin importar raza, etnia, religión, o cualquier otra
característica. Este principio no está mal, porque si a necesidades vamos, las niñas, los
niños y las mujeres son las que más necesidades tienen en los lugares donde yo he
trabajado, porque el sistema está en contra de las mujeres.

Lo complicado está en que la neutralidad puede ser fácilmente cuestionada con ciertas
acciones. Por ejemplo: cuando una entrega de insumos médicos beneficia solo a una
estructura de salud que proporciona cuidados sanitarios a una comunidad, y no a otra.
De la misma manera, para evitar malinterpretaciones no favorecemos ninguna
expresión religiosa, dentro del marco de las actividades humanitarias que realizamos.
Incluso, cuando trabajaba en México a inicios de mi caminar humanitario, algunos
supervisores me llegaron a decir que no hablara sobre mis creencias espirituales o
sobre mi religión con los beneficiarios, y que incluso les dijera que no podía responder.
Sin embargo, yo veía como estas mujeres de Sudán del Sur, particularmente ellas,
vivían esos momentos de oración con una presencia plena. Si esto les hacía sentir
bien, ¿por qué querer interferir con ello? Si la razón de ser de mi trabajo era aliviar el
sufrimiento, y nadie se veía dañado con estas prácticas, ¿por qué me incomodaba?

Lo hablé con mi supervisora, una enfermera belga que recuerdo con cariño, quien me
dijo: “Yo me cuestioné lo mismo cuando llegué aquí, pero luego dije, mientras
recordemos que estamos aquí para ayudar a todos por igual, sin distinción de etnia o
religión, que recen. Solo no formes parte activa de esos rezos, en caso de que haya
personas de otras religiones que puedan observarte y procura reforzar el mensaje de
que ayudamos a todos por igual.”
Así transcurrí el resto de mi misión en Sudán del Sur y mantuve la misma actitud en
Filipinas: Sin cerrar los ojos, yo presenciaba cuando ellas rezaban, prestando atención
a lo que sucedía entorno al rezo. Me gustaba mucho ver que generaban para ellas
mismas un estado de relajación y disposición a lo que sea que fuéramos a realizar (ya
fuera una sesión de grupo, una reunión de trabajo, una sesión de apoyo individual…).
Incluso, mis compañeras de equipo, de las cuales yo era supervisora, se sentían más
cómodas para iniciar nuestro trabajo al presenciar estas oraciones, principalmente las
que eran afines a la misma religión.
Mi última experiencia ha sido en Myanmar, en donde una mujer de presencia amorosa
y cálida, pidió un momento para orar antes de iniciar su sesión de seguimiento
psicológico. Esta vez, algo en mí se sintió distinto. Le sonreí y le dije con mucha
seguridad: “Por supuesto”. La sesión fluyó como agua, y ella logró un avance
fundamental. Mi compañera de equipo, quien ha apoyado a esta mujer en sesiones
anteriores, me dijo, “pasaron muchas cosas en esta sesión que no puedo explicar, y
estoy impresionada por que ella se va tranquila”. Las tres nos sentimos tranquilas y
confiadas sobre los procesos de recuperación que ella estaba transitando.

Reviviendo estas experiencias es que me doy cuenta que hay formas muy diferentes
de presenciar los momentos de espiritualidad entre mujeres. La magia sucede sí o sí,
pero se potencia cuando se reconoce con el amor de otras, es decir, cuando otras
admiramos esa magia con cariño y respeto.
Que todas las mujeres podamos corresponder a la invitación que nos hacen otras
mujeres para compartir las formas en que vivimos nuestras espiritualidades.